
Que quizás seamos pocos los que sepamos dónde queda la habitación roja, tal vez sólo tú, yo, una montaña de sábanas que fue a parar a una lavandería industrial que huele a lejía y desinfectante, y un call show sin más espectadores que las rendijas de luz que se cuelan a través de la persiana para no dejarte dormir. Verdades a medias dilatadas durante una primavera que no llegó a desenvolverse como verano, besos ilegales en plena embriaguez que apenas camuflaban las horas antes de que acabaras por casualidad durmiendo en un colchón ajeno.
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