martes, 29 de diciembre de 2009

Me matas y me das vida.

Y yo ya no sé qué hacer contigo. Con nosotros.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Porque vale, mira, son trece escalones, pero atrévete tú de borrachera; atrévete al tres en raya, veintiuna horas diarias sin una puta luz.
Así termino pintando lo de Orión en la arena, porque es una palabra que siempre me gustó escribir y se me solía resbalar del papel, así que le inventé otro formato, igual que hice con tu voz.

Y seguiré descontándote(me) de uno en uno los días que todavía quedan. Por favor, las noches no, porque sigo creyendo en las luciérnagas como forma instintiva de iluminación; sigo creyendo que el amor es como aquel demonio que te comía las orejas: nadie tiene, nadie sabe, pero todos corren. Unos detrás, otros delante, pero todos corren. Y resulta que al final el amor se marcó la frontera en el concepto. En el maldito concepto.

Ahora reconozco tu sombra entre mis sábanas/labios/silencios (a marcar con una equis), mis ganas constantes de aproxi(a)marte.
Mis confesiones de disco rayado entre siglas repitiendo una y otra vez que esta barca de cera alquilada es mi vida, y no importa que se derrita al tocar tu nombre: tú estabas buscando un náufrago, y yo no quería seguir siendo isla.
Ojalá supiera hablarte del mar en lugar de usarte como chaleco salvavidas. O decirte un tranquilo sin ti no puedo, pero sin que suene a necesidad.

Que me cuesta pronunciarme en serio porque, y los dos lo sabemos, no tengo ni idea de lo que quiero.
Bajo las escaleras porque hoy tampoco me quedo a dormir y tengo pequeños naufragios camino del metro, pasos en los que no acierto a evitar el bache y miro cómo es el fondo con los dos pies.

Porque hoy me faltas tú.