lunes, 31 de mayo de 2010

que quizás cuando decidas volver yo ya no esté aquí esperando.

jueves, 27 de mayo de 2010

Odio las canciones que hablan de mí.

miércoles, 26 de mayo de 2010

lunes, 24 de mayo de 2010

está todo en extinción...

miércoles, 19 de mayo de 2010

Interludio. [Parte III]

Y era como una escena de Paris, je t'aime de madrugada, empañada y al trasluz, ojos ávidos, sangrante ritmo frenético. Del revés y media vuelta. Que los libros no se escriben sobre cintas magnéticas por una razón (aunque nunca te diría cuál es), pero sí, es que lo sabes, lo sabemos, tú, yo, esta vorágine que hace por llamarse espiral, aun siendo imperfectamente a s im ét r i ca. ¿Dónde has ido? Te escuché saltar el último punto y seguido, y abismo de papel, porque ya no te veo, me canso, que no quedan retoricismos, dialécticas de ataque y retirada, de carrera y vuelta atrás para nosotros. No más. Es que no puedo seguir conteniendo el aliento cada vez que giro en una esquina, y se me encoge el corazón, ataque cardíaco con acento en la i, ¿serás tú? ¿tu sombra? ¿tu risa? ¿tu ?, y después que no, que es como el café donde nos despedimos, en el umbral de esa puerta en que queda un retazo de recuerdo apenas atado al dintel, imaginario, somnoliento, antepuesto. Echo de menos tus dobles sentidos por la mañana temprano, cuando aún te huele el pelo a sueño apresurado de última hora, se te cierran los párpados, ¡que todavía no hemos dormido!, y te retuerces, bostezas, sonríes tal vez, mientras yo me ofrezco a doblar las sábanas porque conservo la manía de arrugarlas con los pies. Dibujar tu nombre con saliva en la espalda, ponerte por apellido diversión, divergente, nada de sutilezas. Si quieres, esta noche, dormimos abrazados, aunque hoy todo suene a camas vacías.

martes, 18 de mayo de 2010

Interludio. [Parte II]

Sus lenguas se toparon, se acariciaron con vehemencia, con la gravedad propia de un encuentro de aristócratas que fuman frente a la chimenea, geometría naranja, luego azul, blanca, y el sol de mediodía, simultáneo aspirar de gargantas destrozadas, impávida lucha de titanes, amándose con uñas y dientes para terminar resollando contra un cuello ajeno, los dedos enredados en la cintura cadenciosamente perfilada, claro de luna, amago de reposo. Fingida indiferencia de los que juegan a tocarse y retroceder, porque en realidad no era más que eso, un baile decadente, esfuerzo inútil por suplir las mutuas carencias emocionales, y el vacío infinito entre sus dos cuerpos, el agua caliente de la ducha provocándoles escalofríos, la piel erizada y los dedos sobre ella, impacto soluble, suave vaivén; el espacio se expandía y se contraía al ritmo de la respiración pausada, presionándolos, creando un universo regido por la única interacción que conocían, que creían posible, dejando huellas invisibles en torno a la boca, y después más abajo, abajo, como el humo de los cigarrillos americanos que ella fumaba, que se le enroscaba en la tráquea y descendía en espiral. Espiral, espiral, todo se reducía a un eterno retorno, regresar al punto de partida, el principio de aquellas medias tintas, de las palabras no pronunciadas, de recibos por firmar, las veces que se habían arrepentido, y las que les quedaban. Y Bix Beiderbecke, y Kid Ory.
A veces él se imaginaba que lo único que necesitaba Noviembre era alguien que la cuidara. Pero eso no era asunto suyo, evidentemente, y a ella tampoco se le ocurriría admitirlo jamás.

jueves, 13 de mayo de 2010

Interludio. [Parte I]

Alguna que otra vez un desconocido en cualquier reunión medianamente formal le había comentado que hablaba de Noviembre como Cortázar lo haría sobre la Maga, y sin llegar a sospechar siquiera, ni remotamente, hasta qué punto eran ciertas sus palabras, ella, antítesis de la inocencia mal fingida retratada en lingua francoargentina, miradas de soslayo apenas acalladas por el vago rumor de la Seine. Antiheroína moderna que precisamente no caminaba para encontrar, sabiendo lo que esquivaba. Sabiendo que lo esquivaba en la misma medida en que su antagónica hacía por tropezar con su Horacio. Se evitaban. Se evitaban. Marchaban en círculos concéntricos cuyo punto de inflexión excedía el límite de lo meramente razonable, titubeando en cada esquina con la angustia estancada en la boca del estómago, no fuera que sucumbieran a encontrarse por casualidad, que ella era proclive a provocarlas inconscientemente, casualidad, casualidad, contacto casual, choque premeditado en las escaleras del metro y vuelta al principio de aquel caótico remolino de ambigüedades al que no terminaban de habituarse. Y las incoherencias, los dedos cruzados detrás de la espalda, los adoquines acortando distancias, y se hacía todo tan pequeño, diminuto, más aún, blando, gris, después explotando en un orgasmo prolongado ahogado contra una vieja almohada de hotel. Esa corporeidad dolorosamente intrínseca, inherente, insolvente, inerte, in in in in in íntegra, y un perfil claramente desdibujado sobre el cristal empañado del baño, aliento o relente, una inicial retorcida, delicadamente trazada en la densa calma del mediodía, resbalando, acuosa, trémula sinfonía y de golpe y de frente, súbito resplandor, escalofrío cíclico. Una estrella. Silencio. Él nunca se quedaba después de hacer el amor.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El día que me levanté y me di cuenta de que ser músico trataba de la música y de nada más, mi vida dejó de ser tan complicada. Se lo recomiendo a todos los que se dediquen a la música: concentraos en la música, todo lo demás se solucionará solo.


Damon Albarn.

lunes, 10 de mayo de 2010

La chica del pelo rojo fuego, con su libreta de notas y su aspecto de periodista de un diario inglés en blanco y negro, la ha mirado esta tarde, de vuelta en el autobús. Y ha ardido por dentro.

jueves, 6 de mayo de 2010

Alize. [sucesión]

Alize perdió la vergüenza (y un par de medias nuevas) en unos baños públicos a los catorce, y con apenas diecinueve se sostiene dificultosamente sobre unos principios degenerados en un bareto de mala muerte de la zona baja de Las Ramblas. Una chica con amago de trastorno bipolar perdida entre luces de neón y bebidas destiladas: tinte barato en el pelo, pintalabios violáceo y escotes de vértigo que ni intentan siquiera disimular la angustia que sacude su pecho cada vez que acepta alguna propina de más (con sus consecuencias).
El tiempo y el dinero le han enseñado que al final todo ese rollo del amor, y de perder la cabeza por un hombre, el sentido por las caderas de una chica bonita, se reduce a química neuronal, que sólo se trata una excusa para obviar el hecho de que quien más y quien menos piensa con la entrepierna a la hora de la verdad. Por eso Alize se limita a buscar alguien que le arañe la espalda en sus noches libres, alguien a quien abrazarse con las piernas y follar a muerte en cualquier rincón.
Así fue como conoció a Javier, y como acabaron en la cama sin más premisas que sus propias ganas. Por eso, cuando él confesó a media voz en la madrugada del sábado que es que se le había metido entre ceja y ceja, ella, con todas las imperfecciones de su vida marcadas a fuego en la piel, Alize se mostró tan escéptica como de costumbre. Lo miró de soslayo, le tendió un cigarrillo y fingió no haberlo escuchado.

Alize.

Allí estaba, apoyada en una esquina. Los brazos cruzados por debajo de sus voluptuosos pechos, que en absoluto pasaban desapercibidos dentro aquel traje a rayas blancas y negras, como de piel de zebra, demasiado corto. Jugueteaba con un caramelo entre sus labios color zereza de manera sugerente, pensando tal vez que necesitaba encenderse un cigarrillo o pincharse una dosis de cualquier mierda de mediana calidad para celebrar que seguía estando viva. Derramado hasta lo más profundo de sus ojos, el zielo sin estrellas de una noche de verano, tan distinto del firmamento de aquel zeniciento infierno en el que se encontraba prisionera. Y en su corazón, el miedo a dejar de ser una mujer gato, a perder su libertad o a ser desterrada a algún zementerio para furcias sin nombre apartado de la luz del sol, herida y abandonada. Pero no, no era un verdadero temor: a ella le habían enseñado a luchar por sus uñas.

Hora zero.
El bullicio, las luces, la ciudad. El sexo, bien o mal pagado.
Alize escupió las últimas zetas sobre la carretera, se atusó la espesa mata de pelo rubio platino y se dispuso a trabajar.

miércoles, 5 de mayo de 2010

en círculos concéntricos.

Te mueres.
Y lo sabes.
Y te dejas.
Tiempo.

Como si creyeras que habías aprendido la lección.
Como si creyeras que algo va a cambiar.
Como si creyeras que no eres como todas las demás.
Como todas.



En sucesiones infinitas, una broma repetitivamente cruel del destino.