jueves, 29 de abril de 2010

La habitación naranja.


En la habitación naranja no llueve, ni tampoco hace frío, así que a veces también parece que duerme en ella un amago de verano pintado de primaveras. Tiene tres esquinas llenas de luz, para que todas las mañanas me encuentre al sol de frente, y otra más con sombras replegadas, para que arrincone contra ella las horas de ausencia. Yo la he visto en las noches de insomnio con la luna retozando entre sus cortinas, y he tocado el límite de la obviedad, pero también la he conocido por las malas, cuando lo único que queda es ahogar la voz contra la almohada. Por eso he llenado los cajones del armario con canciones que me recuerden que no todo serán palabras desacompasadas y frivolidades que calmen los nervios, que también nos quedarán tardes apacibles en el sofá, o amaneceres de los que ponen los pelos de punta escondida entre tus brazos.

La habitación verde.



Es por el frío.
Sí. El frío y las casualidades de la habitación verde, como en un Septiembre inerte coleccionando palabras susurradas al oído y enterrando colillas entre la hierba. Tú hablabas con los ojos brillantes de la emoción, y recuerdo que pensé algo así como que las chicas buenas siempre traen problemas, pero quién era yo para contarte de puntos finales, si apenas acababas de comenzar. Me dijiste que si sus manos, que si las noches de desvelo imaginando su boca, los murmullos mientras la ropa resbalaba encima de las sábanas. Que te acariciaba el alma con una sola sonrisa. Que nadie en este mundo lo hacía como ella (poseidonia asustada).
Después se te empañó el corazón de tristeza, y yo ya no pude arrancártela de allí. Porque aunque nunca te lo dijera, las chicas buenas siempre traen problemas.

miércoles, 28 de abril de 2010

La habitación roja.



Que quizás seamos pocos los que sepamos dónde queda la habitación roja, tal vez sólo tú, yo, una montaña de sábanas que fue a parar a una lavandería industrial que huele a lejía y desinfectante, y un call show sin más espectadores que las rendijas de luz que se cuelan a través de la persiana para no dejarte dormir. Verdades a medias dilatadas durante una primavera que no llegó a desenvolverse como verano, besos ilegales en plena embriaguez que apenas camuflaban las horas antes de que acabaras por casualidad durmiendo en un colchón ajeno.