miércoles, 4 de noviembre de 2009

Ella jugueteaba con un mechón de pelo entre los dedos igual que solía hacer antaño, si bien ahora aquel gesto mostraba un ademán de cansancio, y procuraba que sus ojos no sobrepasaran la invisible línea que formaban los vasos en el centro de la mesa. León la miraba casi de reojo, con cierto atisbo de rechazo hacia la actitud compasiva que traslucía aquella reunión. Apenas habían intercambiado un par de palabras desde que se encontraran, hacía poco más de hora y media, y éstas se habían limitado a un ¿qué vas a querer? en el momento en que la camarera del café se acercó a tomarles el pedido. Café con vainilla, había adivinado él inmediatamente, como si la respuesta hubiese saltado por sí misma fuera de un viejo archivador dentro de su cabeza, sacudiéndose el polvo de años de espera, y no logró evitar esbozar una sonrisa amarga cuando ella hizo rodar aquellas tres palabras sobre su lengua.
De repente lo asaltó la terrible certeza de que por mucho tiempo y esfuerzo que hubiera invertido en aparcar en un lado del arcén los fantasmas del pasado, estos no habían dejado ni un momento de pisarle los talones.

-¿Has pensado en mí en algún momento, a lo largo de todo este tiempo?

-No mucho, realmente. Ya sabes.

Ya sé, se dijo.

-¿Y tú, pensaste en mí?

-Constantemente.

Ya sabes, añadió para sí mismo con cierta ironía.

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