Me tumbo en la cama boca arriba, desnuda, con las manos debajo de la almohada. Miro al techo y una vez más me acuerdo de ti. Es inevitable pensar en ti en mi cama. Y no sé por qué.
Y sigo pensando en ti el resto de la noche, y del día.
Y así, semanas y semanas.
Como nunca, como siempre.
Porque conducir por una autopista desierta con los faros fundidos y cuando llevas tres rayas encima, no cuenta. Aceptarlo es el primer paso. Concienciarse, el siguiente. Y a partir de ahí se desconecta, y dejé de tomar apuntes. He decidido que no me presento al examen.
martes, 10 de noviembre de 2009
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1 comentario:
En casos así las camas también piensan en ajenidades muy propias.
Saludos subterráneos.
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