Me prometió que enseñaría el mar.
A ella siempre le había gustado: el olor a sal, el reflejo del sol sobre las olas, y los poemas que hablaban sobre él. Sobre todo, adoraba esos poemas.
Pero desapareció de madrugada, y ya no volví a saber nada de ella.
Hasta que una mañana, ante mi puerta apareció un frasco de cristal, cerrado herméticamente. Al recogerlo del suelo, descubrí lo que contenía: una caracola... y un poquito del mar.
sábado, 22 de noviembre de 2008
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