domingo, 11 de enero de 2009

Aún recuerdo cuando aquel tipo que vivía a tiempo parcial me dijo que la belleza que atrae no suele coincidir con la que enamora, y se reía, y me reía, y aquello no pasaba de ser un sueño hecho jirones.
La marea subía y cubría las astillas de la vieja barca. Sal. (Entra). Respondía.
Dolía cada suspiro, se volvía escarcha la saliva sobre la piel, escupíamos sudor por cada poro. Gritaba que quería encontrárselo todo hecho. Gritaba que quería pertenecer al viento. Empezar con el amor. Después se dio cuenta de que no tenía más vida interior que la que exprimía de sus propias palabras por la mañana antes del trabajo, y de que sus sentimientos eran pura existencia oral. ¡Mira lejos, joder! Mira la corriente, que marca el camino hacia el mar. Mira las mariposas sobre la hierba y atrapa una azul.
Azul cielo, azul nieve, azul celeste, azul amapola, azul marino, azul fuego, azul respiración, azul tardío, azul invernal, azul estático, azul desgarrador. O simplemente azul tú, que ya es un poco como azul yo.
Bebía sin sed y amaba sin tiempo. Yo respiraba su aliento de fuego y verdad. Un espejo roto en la pared. Se nos clavaron las esquirlas en los talones de tanto bailar descalzos. Con su conciencia, cada vez más diminuta, que tan pequeña se hizo que se le perdió en la bañera.



Oh Dios, cómo duele amarte.

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