jueves, 6 de mayo de 2010

Alize. [sucesión]

Alize perdió la vergüenza (y un par de medias nuevas) en unos baños públicos a los catorce, y con apenas diecinueve se sostiene dificultosamente sobre unos principios degenerados en un bareto de mala muerte de la zona baja de Las Ramblas. Una chica con amago de trastorno bipolar perdida entre luces de neón y bebidas destiladas: tinte barato en el pelo, pintalabios violáceo y escotes de vértigo que ni intentan siquiera disimular la angustia que sacude su pecho cada vez que acepta alguna propina de más (con sus consecuencias).
El tiempo y el dinero le han enseñado que al final todo ese rollo del amor, y de perder la cabeza por un hombre, el sentido por las caderas de una chica bonita, se reduce a química neuronal, que sólo se trata una excusa para obviar el hecho de que quien más y quien menos piensa con la entrepierna a la hora de la verdad. Por eso Alize se limita a buscar alguien que le arañe la espalda en sus noches libres, alguien a quien abrazarse con las piernas y follar a muerte en cualquier rincón.
Así fue como conoció a Javier, y como acabaron en la cama sin más premisas que sus propias ganas. Por eso, cuando él confesó a media voz en la madrugada del sábado que es que se le había metido entre ceja y ceja, ella, con todas las imperfecciones de su vida marcadas a fuego en la piel, Alize se mostró tan escéptica como de costumbre. Lo miró de soslayo, le tendió un cigarrillo y fingió no haberlo escuchado.

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