martes, 18 de mayo de 2010

Interludio. [Parte II]

Sus lenguas se toparon, se acariciaron con vehemencia, con la gravedad propia de un encuentro de aristócratas que fuman frente a la chimenea, geometría naranja, luego azul, blanca, y el sol de mediodía, simultáneo aspirar de gargantas destrozadas, impávida lucha de titanes, amándose con uñas y dientes para terminar resollando contra un cuello ajeno, los dedos enredados en la cintura cadenciosamente perfilada, claro de luna, amago de reposo. Fingida indiferencia de los que juegan a tocarse y retroceder, porque en realidad no era más que eso, un baile decadente, esfuerzo inútil por suplir las mutuas carencias emocionales, y el vacío infinito entre sus dos cuerpos, el agua caliente de la ducha provocándoles escalofríos, la piel erizada y los dedos sobre ella, impacto soluble, suave vaivén; el espacio se expandía y se contraía al ritmo de la respiración pausada, presionándolos, creando un universo regido por la única interacción que conocían, que creían posible, dejando huellas invisibles en torno a la boca, y después más abajo, abajo, como el humo de los cigarrillos americanos que ella fumaba, que se le enroscaba en la tráquea y descendía en espiral. Espiral, espiral, todo se reducía a un eterno retorno, regresar al punto de partida, el principio de aquellas medias tintas, de las palabras no pronunciadas, de recibos por firmar, las veces que se habían arrepentido, y las que les quedaban. Y Bix Beiderbecke, y Kid Ory.
A veces él se imaginaba que lo único que necesitaba Noviembre era alguien que la cuidara. Pero eso no era asunto suyo, evidentemente, y a ella tampoco se le ocurriría admitirlo jamás.

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